jueves, 23 de febrero de 2017

CUENTO INFANTIL: La pordiosera

La pordiosera

Cuento infantil basado en uno antiquísimo que me contó mi abuela cuando yo era solo un crío.


En unas tierras lejanas, hace muchísimo tiempo, un gran rey muy admirado por sus súbditos por fin fue padre. Tuvo con su amada reina una hija preciosa y, como dictaba la tradición, los ciudadanos que quisieran podrían hacerles una visita por cortesía el día de la recepción, e incluso obsequiarles con algún presente como gesto de celebración por el feliz acontecimiento.

El monarca dio una orden firme a la guardia para que dejaran pasar al interior del castillo a todos aquellos que desearan compartir con ellos ese momento tan especial en sus vidas, para que así pudiesen conocer y presentarle sus respetos a la infanta recién nacida y futura regente de su pueblo. Además, hizo que se prepararan enormes mesas con la mejor mantelería, se decorara con decenas de flores coloridas el ya de por sí suntuoso salón del trono, y se sirviera un exquisito y abundante banquete digno de tal recepción.

Ya todo estaba dispuesto y empezaron a aparecer los invitados, principalmente gente acomodada y de muy buena posición, como era lo esperado. Entre los nobles ciudadanos que acudieron, llegaron un gran terrateniente, un famoso mercader y un prestigioso fabricante con fabulosos regalos, aunque quizás algo excesivos o muy ostentosos. El primero de ellos le trajo una docena de cabras para que pudiese alimentar a su hija con su sabrosa y nutritiva leche recién ordeñada; el segundo, veinte mantas de lana de la mejor calidad para que pudiese calentarla y nunca pasase frío; y, el tercero, una impresionante cuna de madera con unos grabados extraordinarios, hechos por los mejores maestros artesanos, y coronados por el flamante emblema del reino en su cabecera, realmente espectacular.

Todos los asistentes a la gran ceremonia de presentación de la princesita se quedaron boquiabiertos con los magníficos obsequios recibidos, eran soberbios; y es que su majestad era muy querido por ser un hombre justo y cordial que velaba por los suyos y ayudaba a los más necesitados cuando lo necesitaban.

A los pocos minutos y sin previo aviso, apareció una pordiosera por la gran puerta de la sala, sucia y mugrienta, encorvada, como temerosa, con su pelo negro enmarañado y muy poco cuidado, con sus ropajes rasgados y malolientes. Parecía que no era de ese reino, nadie la reconocía.

Lentamente, la extraña mujer llegó caminando hasta colocarse delante del mismísimo anfitrión. Como era costumbre, le hizo una reverencia formal y rebuscó en su gastada faltriquera algo que parecía que no encontraba nunca. Hasta que, por fin, sacó un trozo de pan duro del tamaño de un puño, que suavemente colocó sobre una mesilla dentro del espacio señalado para presentes junto a los de los otros invitados ilustres.

El comandante de la guardia, cuando vio el ridículo regalo que la vagabunda le hizo a su querido soberano, rápidamente hizo un gesto a los cuatro guardias que lo rodeaban, con el ceño fruncido, ordenándoles que se dirigieran con paso acelerado hacia la sucia desconocida, la agarraran de los brazos y la sacaran a rastras de allí.

El sabio rey, viendo la terrible escena, gritó intentando parar aquella injusticia imponiendo su autoridad.

—¡¡¡Quietos!!! ¡¿A qué se debe ese arresto?!
—Alteza, esa bruja os ha insultado regalándoos un trozo de pan mohoso y duro; eso es una ofensa, no es un regalo digno de un rey, sino más bien una burla —respondió el comandante con decisión.
—¿No te parece un regalo digno de un rey?
—No, mi señor. Doce cabras me lo parecen, veinte mantas me lo parecen, una cuna de madera noble que es una obra de arte me lo parece; pero no un trozo de pan duro, su majestad.
—El que me regaló doce cabras, lo hizo porque todos saben que tiene cientos de ellas; el que me regaló veinte mantas, porque las vende por docenas en sus tiendas repartidas por varias ciudades; y, el que me hizo la cuna, fabrica muebles más bellos que diseña en exclusiva y sirve a los más ricos de mi reino por una auténtica fortuna.

Un silencio se apoderó de toda la estancia real, donde ya nadie comentaba nada, manteniéndose todos quietos y expectantes a la resolución de aquel conflicto.

—Esos son magníficos regalos; no os entiendo, alteza.
—Los tres me obsequiaron con un poco de sus riquezas, apenas les supuso nada hacerlo, eran poco sacrificio para ellos. En cambio, esta extranjera solo poseía ese trozo de pan, quizás lo único que pudo conseguir para comer en este día; y, aun así, decidió ofrecérmelo a mí, todo lo que tenía, toda su... fortuna, y sin pedirme nada a cambio.

El comandante se quedó callado, pensativo durante unos segundos. Hasta que entornó los ojos y acabó agachando la cabeza ensimismado.

—¿Sigues ahora pensando que dar todo lo que tienes a un rey no es un presente digno? ¡¿Alguien de los aquí reunidos estaría dispuesto a cederme todas sus posesiones y a salir por la puerta de mi castillo sin esperar una recompensa?!
—No, mi rey, nadie haría eso, ahora lo veo claro. ¡¡¡Soltadla!!!

El arrepentido comandante se dirigió hacia la mujer lentamente, sin prisas, hasta que estuvo a muy poca distancia de ella. En ese momento, se arrodilló ante su presencia y bajó la mirada avergonzado; los soldados bajo su mando no daban crédito a lo que veían.

—Permitidme la más humilde y sincera de mis disculpas, mi señora. Tras ese gesto de compromiso y generosidad, habéis demostrado ser un claro... ejemplo a seguir para todos.
—Y vos también, mi buen comandante; hizo lo que creyó mejor para su rey en ese momento, intentando protegerlo de lo que le pareció una afrenta, su obligación. Pero, lo que más le honra, fue su capacidad para intentar enmendar el daño causado una vez que entendió su error. Sin duda, el rey sabe elegir muy bien a sus soldados.

El capitán de la guardia levantó la cabeza y la miró a los ojos con dulzura, esa respuesta le sorprendería sobremanera. Esperó unos segundos manteniendo la mirada firme, inmóvil, hasta que decidió compensarla por la humillación sufrida mientras le hacía una reverencia como muestra de respeto y admiración delante de todos.

—Permitidme, mi señora, que pueda invitarla a ocupar un asiento con mis guardias y conmigo en la mesa de oficiales. Será un gran honor compartir nuestra comida y el resto de la velada con una mujer de tanta valía y temple.

FIN

J. J. García Cózar


Imagen extraída de Pixabay

Este relato está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional


Su opinión me interesa:

Puede aportar sus impresiones personales o preguntar cualquier detalle que considere oportuno directamente al autor a través de los comentarios que puede añadir a continuación. A un escritor siempre le interesa la opinión de sus lectores.

4 comentarios:

  1. Y en esto consiste narrar. Una historia preciosa, muy bien hilada, con moraleja, con resonancia. Un cuento que mañana podré contar a mis hijos, que se puede contar de viva voz al calor de una hoguera en verano. Chapeau! Me has atrapado como lector. Sin duda la comparto. Un abrazo!

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, David, menos mal que no puedes verme, porque acabo de sonrojarme. Me encanta que la hayas disfrutado, es un precioso cuento infantil muy antiguo, al igual que su doble moraleja: primero, que el valor de las cosas es relativo, aunque no su precio, y segundo, que no se debe juzgar por su apariencia a las personas, porque son mucho más que trapos y pelos revueltos.

    Un verdadero placer tenerte de nuevo como invitado en mi blog, cuídate mucho y buena lectura, compañero.

    ResponderEliminar
  3. Hola J.J. Me ha gustado mucho este precioso cuento. La forma que has tenido de contarlo (con los tres regalos al rey) es muy acertada para las moralejas finales. Como dice David, ideal para contar a los niños.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Ziortza, me alegra mucho que te haya gustado. Realmente el cuento original no era exactamente así, solo estaban el rey y la pordiosera, sin comandante ni hombres ricos, apenas lo recuerdo, sinceramente, por eso puse que estaba basado en otro, porque no es imagen fiel.

      Creo que se lo inventó mi abuela sobre la marcha para darme una lección sobre un mal juicio de valor que hice de pequeño sobre otro niño que iba desaliñado, aunque fue hace tanto tiempo que mi memoria me traiciona.

      No hace mucho lo recordé parcialmente, y decidí escribirlo completando los fragmentos que no recordaba hasta darle la forma que tiene ahora. No quería volver a olvidarlo nunca más, me ayuda a rememorar momentos entrañables con mi querida abuela, una mujer extraordinaria e increíblemente sabia, de la que aprendí muchísimo, como las dos moralejas del cuento, que eso sí que jamás lo olvidé.

      Gracias de nuevo por tu visita a mi blog, cuídate mucho, sé feliz, y buena lectura.

      Eliminar